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Collages
bogotanos
Fotografías de Adriana Torres
Después
de seis años de estar viviendo por fuera del país, Adriana Torres
(http://www.puntos.at) decidió tomar fotos de lugares característicos
de Bogotá. No es una obra que documente, una vez más, los espacios
que se pueden encontrar en las guías turísticas; está más
cerca a un viaje personal, desprevenido, espontáneo. Tampoco está
concluida; de hecho, para su conclusión se requiere de “un año
de registro”, cuando menos, pues los lugares cambian de acuerdo a la época
y el clima y las horas del día.
Esta fotógrafa
colombiana ya había hecho intentos parecidos con Barcelona y con el Cairo,
y del primero, realizado en 1998, sacó un producto interactivo que mezclaba
las imágenes con sonidos de fondo. Pero sólo hasta comenzar el
registro fotográfico de la capital colombiana, en 2002, sintió
que estaba acercándose a su meta: documentar el movimiento y algunas
particularidades de la ciudad –y su gente–.
Por medio de varias
tomas, digitales en su mayoría, de un lugar y un proceso “postfotográfico”
que ha consistido en “ponerlas todas sobre una misma superficie”,
ha logrado collages que resultan cuando menos llamativos. ¿Por qué?
Varias pueden ser las razones.
Pocas veces un punto de llegada ha logrado parecerse tanto al punto de partida
como en esta propuesta; pocas, en que el producto sostiene de manera tan clara
el lazo con su origen: Bogotá como un rompecabezas cuyos detalles se
barajan como fichas que rotan, se desligan y aprietan; fichas que caminan de
manera desordenada a través de las horas del reloj, superponiéndose,
destrozando carros, dejando seres sin algunas de sus extremidades, fachadas
de menos metros de los que quizás tengan, nubes que se entreven y cuyos
colores no concuerdan con las que están a ese otro lado, después
del límite un poco brusco de la ficha siguiente.
Como captura de
las fuerzas que se agreden y se acarician cada día en nuestras calles,
estas fotos también pueden ser rastros de la forma en que Bogotá
se edifica o destruye todos los días, llena de acciones –y personas
y espacios– que se imponen bien por cuenta de las oficinas gubernamentales,
por la cruda y casi espontánea ley de las calles, o por iniciativa de
algunos habitantes, ante la mirada impasible y el silencio del resto; ciudad
destruida, segmentada, dividida, trazada, llena de recovecos que flotan en un
limbo en el que bien podrían ser construcciones inacabadas o estructuras
dejadas a su suerte.
De igual manera, puede remitirnos a aspectos más propios, que es finalmente
lo que hace que un espectador se sienta conmovido o trastocado por una obra.
Así, bien puede recordarnos nuestros propios rompecabezas, mientras caminamos
o tomamos un bus en Bogotá, con nuestros propios seres inconclusos, los
carros cuyas trompas no alcanzamos a conocer, los ojos y gestos sin rostro,
las nubes de múltiples azules, bajo la brillante gama de luces de sol
que las bañan.
Pero, quizás
más valioso que esto último, es ver un trabajo que se ha detenido
en uno de los actos más fáciles de olvidar, en esta ciudad de
miradas cansadas y rutinas sin gracia: mirar con detenimiento. Porque hay un
día en que las calles y las personas y el cansancio de la jornada nos
parecen iguales y nuestros viajes se limitan a ver sin ver, inmersos en preocupaciones
y alegrías propias. Y en esos momentos en que todas las variables parecen
ya haberse barajado, siempre es rico encontrar nuevas interpretaciones para
organizar los detalles como fichas, como un aliciente para observar otra vez,
después de mil y una veces, e intentar organizar las nuestras nuevamente.
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Reseñado por Manuel Gómez
chanflepop@yahoo.com
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